Arte y educación ambiental van de la mano. Imaginar, soñar y jugar para enseñar es la táctica pedagógica del futuro inmediato. Ésta es la formación que requieren los jóvenes para despertar y co-crear un nuevo mundo. Implica aprender sanando, aprender restaurando y construyendo, soltando los miedos para tomar decisiones impulsoras de proyectos de vida para el bien común. ¿Podemos imaginar una formación así? ¿Podemos imaginar un nuevo mundo así?
Existe. En San Miguel de Allende se conoce un programa llamado la Ola de Julio. Jóvenes del sistema de bachilleratos CECyTEC dedican cuatro semanas al año haciendo su servicio social con una asociación civil comprometida con la educación ambiental y la restauración ecológica como forma de vida. Esas 480 horas que se deben dedicar al servicio se aplican, en este caso, para vislumbrar un proyecto de futuro como servicio permanente.
Jóvenes de entre 15 y 17 años han transformado su visión y relación con el medio ambiente cuando asisten a los talleres de la Ola de Julio organizados por El maíz más pequeño A.C. y coordinados por Karen Zúñiga, Juan Manuel Espinoza Omar Barcenas, estudiantes universitarios de la UNITESBA Y UNIDEG respectivamente. Se reúnen en el Charco del Ingenio y complementan su formación con visitas guiadas a otros espacios comprometidos con la cultura ambiental como Vía Orgánica y Caminos del Agua, entre otros. A esos jóvenes se les plantea que los recursos del agua, del suelo y del aire son impactados por nuestra forma de vida y hábitos de consumo.
Karen, Juan Manuel y Omar acompañaron este año a 24 muchachos durante la Ola de Julio. Mediante diversos talleres conocieron el vínculo con la naturaleza y la sabiduría de las generaciones anteriores. Para Karen ese vínculo se está rompiendo y debe rescatarse. “Hay tanta información que debemos adquirir. Es un cordón umbilical con la Madre Tierra y se está rompiendo”.
Aunque hay materias de educación ambiental que se imparten en las escuelas, son sumamente superficiales, opina Karen. “Se manejan datos sobre algunos temas pero no hay manera de que los jóvenes lo conecten con lo que ellos viven. Por eso fue muy grato ver la experiencia con los chicos que entraron a la Ola de Julio, primero de manera un poco tímida pero luego terminaron apropiándose de la situación, tomando decisiones y riesgos, identificando problemas. Lo que es sumamente importante es que pudimos darles ese espacio donde ellos se sintieron cómodos, libres y donde podían opinar abiertamente. Se empoderaron totalmente de todos los temas que propusimos y pudieron vincular su proyecto de vida con el medio ambiente.”
Hubo una sesión donde presentaron sketches de situaciones particulares como inundaciones o problemas con la basura. “Lo interpretaron y dieron soluciones. Hicieron también un mapa que luego se convirtió en un mural gigante”, comenta Juan Manuel.
Omar observa cómo, más allá del compromiso de cubrir sus horas de servicio social, los chicos empezaron a llegar una hora antes de los talleres que iniciaban a las 9 de la mañana. “Eso fue muy motivador. Hubo un participante que se tuvo que ausentar por razones personales pero pidió continuar a su regreso, aunque ya sus horas de servicio social no se iban a tomar en cuenta. Le gustó tanto lo que estaba aprendiendo y viviendo que quiso continuar por voluntad propia. Eso nos dio mucha satisfacción.”
Juan Manuel nos platica sobre la visión de futuro de estos jóvenes. “Hubo una chica que dijo no saber qué quería estudiar, y al final terminó afirmando que sería bióloga. Otro dijo que quería ser arquitecto pero luego explicó que sus construcciones deberían ser amables con el ambiente. Cuando escuché eso me di cuenta de que aquí está pasando algo importante. Comenzaron a sentir un arraigo hacia su territorio y la necesidad de conocer mejor a SMA y comunidades cercanas”.
Ellos determinaron el rumbo de la Ola de Julio. Finalmente ese era el propósito. Comenzaran a alzar la voz para decir: “Es que en mi colonia está pasando esto…”, o “me gustaría hacer esto para solucionar los problemas que ahí se presentan.” Por lo pronto, estos jóvenes del CECyTEC van a hacer un huerto en la escuela, van a construir una cisterna para captación de agua de lluvia. “Ellos van a ser el parteaguas para este tipo de iniciativas”, afirma Juan Manuel.
La evaluación final fue un reto. La Ola de Julio se unió a otro programa que se desarrolla en el Parque Juárez llamado Iniciación al tiempo libre. Les facilitaron un espacio para que compartieran parte de los conocimientos adquiridos con 170 niños de entre 5 y 12 años. Así la ola creció de 24 a casi 200 jóvenes trabajando juntos. Ellos decidieron cómo organizarlo. Se dividieron en equipos, formaron grupos de niños y cada quien, de acuerdo a sus habilidades, compartió el conocimiento. Un equipo, a través del mural gigante explicó a los niños aquellas partes del mapa que no conocían antes. Una chica con “inclinaciones filosóficas” escribió un relato que otra interpretó a través de un baile. Otros hicieron un recorrido por el parque Juárez explicando lo que aprendieron en los talleres. También un grupo organizó a los niños para que a través de un dibujo expresaran qué sentían cuando se acercan a la naturaleza. Hubo juegos didácticos incluso.
La filosofía detrás de este programa es la continuidad de por vida de un servicio social que se convierte en vocación. Y el efecto se multiplica cuando los jóvenes despiertan a sus familiares y amigos más cercanos para cambiar su visión sobre el consumo y la precariedad de los recursos naturales. Para Karen, lo más importante es que ya se cuenta con un plan piloto puesto en práctica que podría reproducirse en otros sistemas escolares. Juan Manuel y Omar reconocen que no sólo cambia la relación de las comunidades con el medio ambiente sino que empodera a los jóvenes para el relevo generacional. Durante su evaluación final enviaron un fuerte mensaje a través de sus acciones: ¡Estoy aquí porque quiero, puedo y me importa!
Ver entrevista completa: http://aguavidasma.org/la-voz-de-los-jovenes/