Dos obras maestras publicó el historiador estadunidense Morris Berman, las cuales fueron traducidas al español y a muchas lenguas: "El rencantamiento del mundo" (1981) y "Cuerpo y espíritu: la historia oculta de Occidente" (1987). En la primera planteó lo que hoy es lugar común: que el mayor pecado de la modernidad occidental o industrial ha sido su separación del mundo de la naturaleza, y su sustitución por un universo de mecanismos, aparatos, artefactos y máquinas, lo que ha sumido a los modernos en un profundo desencantamiento. En la segunda, afirma que es ese desencantamiento el que deprime al individuo porque lo enfrente a una oquedad, a un vacío existencial, que lo deja sin su anclaje somático
, sin su corporeidad orgánica. El ser humano es ante todo un organismo vivo, y es este extrañamiento, producto de su separación con la madre tierra
, la que le hace inventarse todo tipo de fantasías: los ismos
. Todas las ideologías, dice Berman, surgen de esa falta de anclaje con la vida. Aquellos que están verdaderamente centrados en sí mismos podrán abrazar una causa, pero no la necesitan para dar sentido a su existencia. Las dos guerras mundiales en las que Europa, supuesta cúspide de la civilización, se convirtió en manicomio, surgen en buena medida de los ismos
. Los comunismos, socialismos, nazismos, fascismos, anarquismos, trotskismos, dejaron casi 70 millones de muertos y la más formidable estela de sufrimiento, dolor y desesperanza del mundo contemporáneo.
La encrucijada civilizatoria lleva como dos estigmas a superar esos dos asuntos señalados por Berman. Y las decisiones de gobiernos, conglomerados, organizaciones e individuos están cada día más marcados por ellos, en asuntos que incluso aparecen como triviales. Pero he aquí que entramos ya a la era de la conciencia de especie, en la que la defensa de la vida, por sobre todas las cosas, se torna en el objetivo supremo de la acción política. Una nueva generación de ciudadanos (a los que he denominado los civilizionarios) sabe ya distinguir entre los proyectos de muerte y los proyectos de vida, más allá de sus justificaciones y sus veleidades ideológicas. Como lo argumenté en mi anterior colaboración, el caso del Nuevo Aeropuerto Internacional de México es también un dilema de dimensión civilizatoria. Podrán ponerse muchos argumentos en favor o en contra de índole técnica, económica, social, poblacional, ambiental, pero al final la decisión es entre lo vivo y lo artificial. ¿Aves o aviones? ¿Lago o aeropuerto? ¿Agua para todos o para la nueva aerópolis? El destino de los habitantes de Ciudad de México se juega en esta decisión como señala en tres minutos un video extraordinario (https://bit.ly/2S84hlf).
Como dice el intelectual colombiano William Ospina: No se puede alterar lo esencial. Si tengo que elegir entre el agua y la extracción codiciosa del oro de la tierra, prefiero el agua. Si tengo que elegir entre el aire puro y el arrasamiento de la selva por la economía del lucro, prefiero el aire. Si tengo que elegir entre el equilibrio del clima y el crecimiento industrial, prefiero el clima
.
En mi discurso durante la presentación del nuevo proyecto Sembrando vida (https://bit.ly/2NWJwWo), asenté: Creo sinceramente que el nuevo gobierno surgido de la decisión cauta y bien intencionada de más de 30 millones de mexicanos se irá perfilando conforme pase el tiempo hacia una política por la vida. Se trataría de diseñar integralmente una política por los elementos vitales: aire, agua, energía, alimentos, materias primas y un hábitat seguro y digno. Nadie en su sano juicio puede estar contra una política por la vida, de una biopolítica, de una ecopolítica. Sólo aquellos con intereses perversos, o con pretensiones individualistas, o los que viven atrapados en el consumismo o en el confort, en el hedonismo, la desesperanza o el cinismo pueden oponerse a semejante idea
. Se trata de postular la defensa de la vida como una política de Estado, la única que puede superar los ismos
, la única que puede salvar a la humanidad del colapso al que la conduce una minoría de minorías: El desafío no puede ser más grande ni más solemne. Legiones de jóvenes de todas las edades tienen ahora que librar la batalla definitiva, la batalla por los glaciares y por los pelícanos, por los helechos y por las medusas, por las selvas y por los océanos, por las artes y por los muchos sentidos de la belleza, por la razón y por el mito, por la supervivencia del mundo que exige una urgente redefinición de los límites del hombre y de su industria. Ahora las banderas son de agua y de oxígeno, de enigma y de música, de memoria y de fantasía
(W. Ospina, 2014. El dibujo secreto de América Latina).