En América Latina estamos muy orgullosos de nuestras comidas y bebidas. Por ejemplo, en nuestros suelos se producen algunas de las mejores variedades de café en el mundo. En Perú, Colombia y Brasil, por solo mencionar algunos ejemplos, beber buen café es una tradición que se pasa de generación en generación.
Pero para que nuestros cafés tengan su sabor tan particular, una serie de elementos tienen que estar conectados. La planta, que muchas veces se cultiva en las zonas amazónicas, requiere del agua que viene de los glaciares de las cordilleras andinas.
El suelo necesita décadas de vegetación que lo hagan fértil y resiliente. Cultivar el grano requiere el trabajo de decenas de miles de personas a lo largo de toda la región, en su mayoría proveniente de poblaciones indígenas, en situación de pobreza.
Esta historia se repite con decenas de productos de importancia económica global.
De hecho, el continente americano posee 40 por ciento de la capacidad de ecosistemas mundiales para producir los insumos naturales que consumen las personas, no solo en la región, sino en el mundo.
Y, sin embargo, la misma biodiversidad que hace de América Latina una región clave, incrementa su vulnerabilidad.
Muchos de los países más sensibles al cambio climático se encuentran en la región, situación que pone en peligro no solo la diversidad de los alimentos en nuestros platos, sino también la seguridad alimentaria de millones de personas en todo el planeta, las personas en condición de vulnerabilidad.
Y así como el café necesita la interconexión de diversos elementos para mantener su sabor, aroma e intensidad; nuestro planeta necesita la colaboración de diversos actores para enfrentar la mayor amenaza de nuestro tiempo: el cambio climático.
Por ello nuestro enfoque sobre los commodities verdes cobra tanta relevancia, porque propone romper barreras e iniciar diálogos constructivos entre los diversos actores que conforman la cadena de valor con el fin de encontrar formas más sostenibles y eficientes de producir.
Esta es una condición imprescindible para generar transformaciones que permitan no solo incrementar la producción, generar mayores ingresos y conservar los ecosistemas, sino sobre todo mejorar la vida de millones de pequeños productores que hoy son la pieza clave de nuestra alimentación global, y sin embargo también los más vulnerables.
En Perú, el café es el principal cultivo de exportación del país, y el sustento de más de 220 mil familias de pequeños productores.
Este es el caso de Esperanza, una lideresa indígena de la comunidad de Pangoa, a 200 kilómetros de Lima, en el medio de la Amazonía peruana. En esta comunidad el café es un motor de desarrollo, pero también de deforestación.
Gracias al liderazgo de mujeres y Esperanza, es posible impulsar desarrollo sostenible utilizando mecanismos innovadores que recogen herramientas del conocimiento tradicional.
Hoy su comunidad lidera una cooperativa cafetalera que exporta café con certificación orgánica -libre de deforestación- a Perú y el mundo. En el proceso, ha establecido una empresa próspera que emplea a más de 700 personas y genera nuevas oportunidades para toda la región.
Desde el lunes 13 y hasta el viernes 17, Perú es sede de la primera Conferencia Good Growth, un espacio global que es la representación de la potencia de este enfoque.
Más de 270 líderes de los sectores público y privado, de la academia, de la sociedad civil, de las comunidades rurales e indígenas nos reuniremos a lo largo de la semana para compartir experiencias, encontrar nuevas soluciones y fortalecer nuestra respuesta.
No es gratuito que Perú sea el espacio elegido para este encuentro único, siendo además el segundo exportador de granos de café orgánicos.
Desde la acción estatal hasta la acción comunitaria, el país está liderando esfuerzos de para avanzar en esta apuesta… donde los commodities son aliados de la lucha contra la deforestación, siendo así conductores para el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
En el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), creemos que alcanzar esta ambiciosa promesa global requiere que los sectores reconozcan la profundidad de su impacto en el desarrollo. Desde las redes de juventud que activan en sus comunidades hasta las grandes empresas multinacionales que alcanzan a decenas de países.
Estas instituciones ya están generando transformaciones importantísimas en el territorio, pero si no encontramos formas de acelerar e integrar nuestro esfuerzo de manera colectiva, los ODS no se harán realidad.
Ante el cambio climático y los diversos retos que plantea la Agenda 2030, solo podemos avanzar de manera conjunta, dentro de los países y entre los países. Hacerla realidad es posible, pero solo si actuamos ahora, y esto requiere transformaciones sin precedentes en todos los sectores.
Creemos firmemente que los productores de café en Perú tienen muchísimo que aprender de los agricultores de soya en Brasil, de piña en Costa Rica, de palma aceitera en Liberia y Malasia. ¿Qué funcionó? ¿Pero fundamentalmente qué no funciono? ¿Cómo podemos seguir innovando en nuestros modelos? ¿Cuál es el siguiente paso que aún no descubrimos?
En el PNUD tenemos el compromiso firme de servir y contribuir a plataformas como esta, que abran esos diálogos y generen nuevas respuestas, pero también nuevas preguntas.
Como la relación de elementos que permiten que el café sea especial, el mundo del siglo XXI es complejo e interconectado, nuestra respuesta a sus principales desafíos también debe serlo.
Somos la última generación que podría tener la capacidad de hacer una diferencia, así que no hay tiempo que perder.